martes, 25 de octubre de 2011

Jesucristo, el islam, musulmanes, tu y yo

Hace unas semanas por parte de mi pastor y amigo, así como por otros consiervos, me enteré de un caso de un pastor iraní que estaba condenado a muerte, y solo podía ser librado si negaba su fe en Jesucristo.


''Youcef Youcef Nadarkhani, de 34 años y que lleva en prisión desde 2009, sin más 'argumento' que se trata de un converso al cristianismo, fe que abrazó a los 19 años: dada su ascendencia islámica, la peculiar interpretación de la ley islámica que rige en el país obliga a que se retracte de su fe en Jesucristo si quiere conservar la vida, a lo que este joven pastor se niega.''

Y pues ore por el, así como muchos. Y hace 2 semanas, hablando con Sara (quien es una bendición formando parte de la familia y sirviendo como parte del equipo aquí en Horizonte Querétaro), me contó que una de sus amigas en Italia (donde sirvió un tiempo antes de regresar a México), llamara Ruth, era hija de un hombre que había sido alcanzado por tener contacto con Youcef. Y me compartió su testimonio, el se llama Farzad Daniel, y si estás interesado en conocer lo que cuesta seguir a nuestro Rey, Jesucristo, en otros lugares, y sumarlo a tus oraciones, he aquí la historia:

Farzad Daniel - Irán 

Me llamo Farzad, nací en una ciudad al norte de Irán; con un nombre diferente crecí en una familia musulmana muy ferviente. Mi abuelo materno era un Ayetoalah, esto es, un enseñante del Islam, y yo siendo su nieto era bien conocido y muy respetado en la comunidad. Con el paso de los años he escrito algunos libros sobre el Islam.

Mi madre fue criada como una buena musulmana y también ella es una enseñante del Islam. A pesar de que ahora tiene ochenta años, todavía enseña en Irán.

Desde que era niño me contaba que antes de mi nacimiento tuvo un sueño en el que un hombre santo le decía que su hijo habría tenido que dedicar su propia vida a Dios. Así mis recuerdos más lejanos empiezan de cuando tenía cuatro años.

Mi madre me enseñaba como orar y para animarme a hacerlo más, escondía monedas debajo del tapete de oración; me decía también que debería seguir los pasos de mi abuelo y que tenía que convertirme en un enseñante del Islam, así como él, un Mollah.

Comencé a frecuentar las clases de Corán y me pasaba el tiempo aprendiendo los libros islámicos ya mucho tiempo antes de que comenzara a ir a la escuela. Cerca de los diez años estaba en grado de recordar de memoria y recitar buena parte del Corán y entonces mi madre estaba muy feliz y orgullosa de mí.

En su familia era bastante respetado y estaban llenos de fe que llevaría a cabo los estudios islámicos. Pero a la edad de quince años me uní a la Academia del Ejército y no paso mucho tiempo para que me olvidara de Dios y de la religión en la que había crecido, viviendo así plenamente mi libertad lejano de casa.

Después de no mucho tiempo fui invitado a una fiesta comunista y me convertí en un promotor de esta ideología olvidándome completamente de Dios.

Cuando llegó el tiempo de irme, vivía una doble vida, sólo para estar seguro de no herir a mi madre y a la familia. Poco tiempo después, en el 1979 comenzó la revolución en Irán y de joven comunista tome parte de las agrupaciones políticas comunistas cuando todavía estaba en el ejército.

Cuando explotó la guerra entre Irán e Irak fui enviado a combatir al frente porque era joven. Al final, en 1984 fui disparado de las fuerzas de Irak y quedé gravemente herido por una granada. Cuando fui impactado, por algunos minutos experimenté el lado espiritual de la vida (inmediatamente fui declarado muerto por los médicos que llegaron a socorrerme y me pusieron en la morgue), pero Dios tenía un plan diferente, bien preciso para mi. Inmediatamente después, los médicos descubrieron que todavía estaba vivo, me sacaron y llevaron al hospital. Comencé a pensar seriamente en Dios, no para hacer feliz a mi madre o a mi familia, sino porque tenía otra oportunidad de vivir y servir a Dios y agradar a todos. Tomé la decisión de convertirme en un buen musulmán, un Mollah, comencé a vivir con rigor, oraba día y noche, predicando en las mezquitas militares y al mismo tiempo estudiaba los libros islámicos. Todavía pensaba que eso no era suficiente y no estaba seguro de lo que debía hacer para agradar a Dios.

Solo quería que Dios me diera señales para mostrarme que lo que estaba haciendo era lo justo, pero entre más lo hacía, más estaba rodeado de Su silencio, me sentía como si me estuviera alejando de Él.

Mi padre que era un Sofe, me dijo que me uniera a este grupo que vivía en las montañas y pasaba el tiempo ayunando y viviendo una vida de sacrificios y renuncias. Esta mentalidad era basada en la convicción que vivir una vida difícil podía acercar más a Dios, así permanecí ahí por siete u ocho meses y bajé de peso hasta pesar cuarenta kilos. Esperaba así, sentir o ver cualquier señal de Dios, pero nunca tuve gozo. Fui a ver al anciano del grupo que tenía noventa y tres años y le dije que deseaba ver o sentir algo, pero me respondió que él estaba ahí desde hacía setenta y dos años y nuca había sentido nada de parte de Dios. ¿Cómo podía pensar yo que estaba ahí sólo desde hacía siete meses, el poder sentir o ver alguna cosa de El? Después de ese encuentro, por esa razón dejé el grupo con el corazón hecho pedazos, hice rápidamente mis maletas y me regresé a casa con las mismas preguntas. Si Dios había creado al hombre de la tierra y le había dado Su propio Espíritu, por qué no se comunicaba con él? Por qué se quedaba en silencio?

Decidí vivir rectamente y convertirme en un buen musulmán, y hacerlo en el modo justo, una sola vez y para siempre. Inicié enseñando a la gente el Corán y haciendo todo lo físicamente posible para ayudar a los otros a servir a Dios. Hasta que un día, un amigo me dio un Nuevo Testamento pidiéndome que escribiera un artículo en contra del cristianismo, tomé el libro con un pañuelo y lo aventé en mi armario; pensé que ese era el modo perfecto de servir a Dios: probar a los otros musulmanes que el cristianismo estaba equivocado, entonces inicié a leer un libro islámico contra el cristianismo pero descubrí que no tenía ninguna buena razón para convencer a los jóvenes volverse en contra. Así, leí también todos los libros occidentales contra el cristianismo, pero aún después de esto no estaba satisfecho, pensé que podría hacerlo mucho mejor y decidí leer yo mismo el Nuevo Testamento para encontrar la falsedad y probar que el cristianismo era un falso producto del occidente.

La primera vez que lo tome en mis manos, tenía puesto guantes de cocina porque pensaba que era impuro tocarlo y lo que de inmediato me sorprendió leer fue que Dios era llamado “Padre” o “Amor”. Esta fue la primera chispa en mi corazón.

Comencé a leer diligentemente el Nuevo Testamento y a tener nuevas ideas acerca del pecado y la salvación. Una cuestión ardiente siempre presente en mi mente era, como el hombre podía comunicarse con Dios y poseer la absoluta certeza de la salvación.

Le pedí a Dios que quitara esas dudas de mi corazón e inmediatamente no estuve más en grado de orar en manera islámica. No era un cristiano, nunca había querido serlo, pero me sentía pecador y sentía de la sensación de estar sucio; sentía que había traicionado a la mi familia, mi abuelo y toda la fe islámica.

Un día llegué a Juan 4:21-25 donde está escrito que debemos adorar a Dios en espíritu y en verdad, y aquella noche le pedí a Dios que me salvara de toda duda y que me mostrara el camino verdadero.

Un par de días después, en un negocio vi a un hombre (cristiano) que vestía una túnica y comencé una conversación con él, no porque quisiera saber algo del cristianismo, sino porque quería insultarlo. Imaginaba que si lo hacía, entonces podría probar que era un buen musulmán, pero el hombre era bien tranquilo y me preguntó que si quería ir a la iglesia con él. Eso me hizo enojar mucho más porque pensé que ese hombre habría comenzado a gritar y enojarse como yo. Acepté la invitación de ir con la idea de destruir a la iglesia y la reunión en curso. El día después, llegué muy temprano a la iglesia que era
muy sencilla, nada era grande, había una pequeña cruz en el muro. Todavía no entraba y sentí el Espíritu de Dios venir sobre mí, vi todos mis pecados como un flash delante de mis ojos y al cruzar el umbral de la puerta caí de rodillas y le pedía Cristo que entrara en mi corazón. Después de unos minutos, el pastor se acercó y me preguntó si tenía algunas preguntas que hacerle. Y le dije que todas mis preguntas habían tenido una respuesta.

Dos semanas después regresé al trabajo como cada oficial del ejército, y como de costumbre, todos esperaban que los dirigiera en la reunión de oración de modo islámico, pero ya no podía hacerlo. Había encontrado una nueva vida y no podía quedarme callado al respecto.



Comencé a hablarles a todos de la salvación que había encontrado en Cristo (y no es nada sabio hacer eso en nuestros días en Irán). Tres semanas después me encarcelaron y pasado un poco de tiempo fui condenado por el sistema jurídico islámico a la pena de muerte. Por segunda vez en mi vida, Dios me demostró que tiene el control de todo y por razones que serían muy largas de explicar, después de un año fui liberado y me pidieron que me uniera de nuevo al ejército, en ese tiempo me dieron veinticuatro horas para regresar al ejército en el frente de guerra. Pero, tan pronto como salí de la cárcel uno de mis compañeros me llamó y me dijo que no fuera porque había recibido la orden de dispararme a la espalda tan pronto como llegara. Así que en vez de irme al frente de guerra, regresé a mi ciudad. Solo dos días después, una guardia revolucionaria atacó mi casa con la intención de encontrarme, pero como no estaba ahí, tomaron a mi padre y mi hermano y los encarcelaron. Les preguntaron dónde estaba yo, pero ellos no sabían, yo me había escondido en un pequeño pueblito fuera de la ciudad. Tiempo después llegué a Inglaterra y ahí comencé una nueva y maravillosa vida. No digo que de ese entonces en adelante caminé con el Señor, pero de lo que estaba seguro es que El no me dejó ni un momento y así será hasta que Su plan non sea completo.


Ahora me encuentro en Italia sirviendo al Señor con mi familia, entre los Iraníes, Afganos y Turcos; y lo hago porque se que sólo en Jesús está la salvación y la verdad que puede salvarnos.


Binario 15
Estoy seguro que se estarán preguntando ¿qué es el binario 15?. Hay una estación en Roma llamada Pirámide donde el binario 15 quedó inutilizado por años, aunque después se ha estado “reutilizando” para muchos fines, por ejemplo, como dormitorio, más como área de distribución de comida para indigentes o como escondite de muchos ilegales, sobre todo Afganos, Árabes y Curdos, inmigrantes que llamaremos “Personas Invisibles”, de hecho no están registrados en ninguna oficina pública, y esencialmente desde el punto de vista legal, no existen. No quieren ser conocidos porque no desean permanecer en Italia, su objetivo es llegar a otros países europeos para tener una vida mejor. Deben mantenerse lejos de la autoridad, de otro modo, son detenidos, identificados y obligados a quedarse, lo que les ocasionaría problemas. Entre los refugiados de Turquía y Grecia, el binario 15 en Roma es un lugar famoso y muy conocido. Pero aunque usted no lo crea, en Afganistán el binario 15 es más conocido.

Por tal razón, el binario 15 no solo aloja a los refugiados sino a personas criminales, es el ambiente para traficantes de droga, ladrones y pederastas; generalmente las iglesias de la zona no quieren ir por motivos de seguridad.

Dios me ha abierto las puertas para comenzar un trabajo precisamente ahí, en el binario 15, durmiendo y comiendo con estas personas he comenzado a ser parte de ellos por un día a la semana. He ganado un poco de su confianza soportando las mismas dificultades, viviendo como ellos, así evangelizo y durante la noche tenemos estudios bíblicos. En una pequeña zona del binario 15 es muy conocida por la iglesia afgana e iraniana, tenemos reuniones regulares, hemos sido atacados varias veces, pero el tiempo en el binario 15 está bien invertido. Es maravilloso ver aunque sea un hombre salvo, conociendo a Jesús como su Salvador.

En estos tiempos, cuando la mayor parte de las iglesias en Italia están asustadas e inciertas de qué cosa hacer con el creciente número de inmigrantes, yo veo una gran oportunidad y un privilegio que Dios nos está dando para evangelizar a estas personas. Algunos de ellos nunca han oído el Evangelio, otros llegan de pueblitos muy lejanos de Tanzania, Libia y Afganistán, por los que pasarían años para que un misionero pudiera llegar hasta ahí para alcanzarlos. Ahora Dios los está mandando directamente a la puerta de nuestra casa y nos permite evangelizarlos precisamente en la zona en que vivimos.

Quiero darles un pequeño ejemplo. El miércoles pasado estaba hablando a cuarenta o cincuenta jóvenes afganos y comencé la plática preguntándole a cada uno si sabía quién había matado a Jesús. Después de un minuto de silencio, un muchacho asustado y confundido contestó así: “nosotros no sabemos quién llegó ayer y no tuvimos nada que ver con ese homicidio.”

En ese momento comencé a glorificar a Dios y a agradecerle por haberme dado el privilegio de hablar de la gracia que El nos ha dado a todos. Dios nos está dando la oportunidad de ser parte de la vida de estas personas, y le agradezco a El por tal honor y privilegio.


Gracias, Dios los bendiga.
Farzad Daniel.
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Tu ya estás viviendo agradecido la oportunidad de ser parte de la obra de Dios en la salvación de aquellos a quien El ama?

Es un honor y un privilegio.... y yo añadiría, un llamado a todo cristiano... POR FAVOR, dejemos de creer que el cristianismo es un llamado a una vida cómoda, y salgamos y vivamos de tal modo que podamos ser partícipes de poder dar a conocer El Nombre que es sobre todo nombre, y mediante el cual, solamente hay salvación: JESUCRISTO.

Y como diría Ch. Spurgeon: TODO CRISTIANO O ES UN EVANGELISTA O ES UN HIPÓCRITA.

Abrazo

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.acontecercristiano.net/2011/10/condenan-mujer-cristiana-25-anos-de.html?utm_source=twitterfeed&utm_medium=twitter

http://www.acontecercristiano.net/2011/10/musulmanes-extremistas-asesinan-un.html

(Sufren penalidades como buen soldados de Jesucristo. 2 Tim 2:3).