viernes, 16 de enero de 2009

HIJOS DEL REY Y EMBAJADORES (enviado por Lia Foote)



Hace algunas semanas, regresando de la escuela en la ruta, vi de repente como se subía un señor, que dejó de ir a la iglesia por sus propios conflictos. La verdad es que yo no tenía ni el mas mínimo deseo de saludarlo. Pensé dentro de mi: “Los respaldos de los asientos en la ruta son altos, y si solo me hago la distraida y lo ignoro, probablemente no me vea, y no pasa nada…”
Pero al momento recapacité, lo saludé, y se sentó junto a mi.

Después de hablar con él de la manera mas respetuosa que pude, seguí mi camino, y mientras lo recordaba, Dios trajo a mi mente esta porción de la Escritura:

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.”
(2 Cor.. 5:17-20)



Conforme a esto, Dios nos hizo:

- Nuevas criaturas (estando en Cristo)
- Reconciliados por medio de Cristo
- Ministros de la reconciliación
- Embajadores en nombre de Cristo


Nuevas Criaturas.

Dios te hizo una nueva criatura. En el momento en que tu decidiste pasar las riendas de tu vida a El, cuando decidiste ya no tratar de llegar a Dios por tus méritos sino los de Cristo—Dios te hizo una nueva creación. No quiere decir que ya no tropieces, ni que ya no pecas, sino que por medio de Jesucristo, Dios te acepta como su hijo(a), y comienzas la aventura de caminar con Dios y ser guiado por Su Espíritu (“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” –Rom. 8:14).

Como hijo de Dios, eres por consiguiente, hijo del Rey, porque El es Rey de Reyes (Ap. 17:14).
Pero tenemos un concepto algo erróneo de lo que es, o hace alguien de la realeza. Lo vemos como alguien que tiene todo, y hace lo que quiere. Por éste concepto erróneo, empezamos con una actitud de “Nadie me diga nada, porque yo soy hijo del Rey”. Te cortan en el tráfico, y quieres reclamar, que “ese no es el trato que merece un hijo del Rey”.

Pero tu, ¿te estás comportando como hijo del Rey como para exigir tal trato? Podemos poner como ejemplo algunos de la realeza de hoy (por ejemplo: el príncipe de Asturias). En alguna manera (aunque no lo admitamos) queremos estar en su lugar: tiene todo lo que quiere, es famoso, aparece en revistas etc. Pero no consideramos las responsabilidades que tiene como miembro de la realeza. Tiene que ir a eventos tediosos y fingir estar interesado, tiene que hablar con seriedad y respeto a personas que quizás no le caigan—y son responsabilidades que no puede evadir, por ser realeza.


No seras el príncipe de Asturias—pero como hijo del Rey tambien tienes una responsabilidad de comportamiento que sea honroso a tu “nación”. Pablo nos dice:

“Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados.” (Efesios 4:1)

Dios te ha dado el privilegio de ser llamado su hijo (Jn. 1:12), pero necesitas andar como es digno de este llamado.

Reconciliados y Reconciliadores.

Reconciliación habla de una restauración. 2 Corintios habla de dos formas en que nos afectó la reconciliación: Dios nos reconcilió con El, por medio de Cristo; y nos dio el ministerio de la reconciliación. Es muy importante reconocer primero la reconciliación de Dios para con nosotros. Para empezar, Dios fue el que tomó el la iniciativa a la reconciliación. La reconciliacion implica una restauración de ambos lados de los afectados por la separación, pero Dios es el que toma la iniciativa. (“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.”—1 Jn. 4:19). Si no hubiera sido por El, no estarías reconciliado con el. Tienes que reconocer esto si vas a tomar el ministerio de la reconciliación.

Tienes que reconocer que no es por tu mérito que eres ministro, y seguir el ejemplo de Dios cuando nos reconcilió a nosotros: “que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”. Solo al reconocer que no tuviste la iniciativa de reconciliación, puedes tener la humildad de ser ministro de reconciliación. El ejemplo a seguir de Dios fue no tomarnos en cuenta nuestros pecados, y espera lo mismo de nosotros al ser sus ministros (servidores) de la reconciliación. El ser ministro de la reconciliación no es un puesto de autoridad sino de servicio.

Embajadores Mudos.



Los embajadores de Cristo son lo únicos que deben ser mudos para ser buenos embajadores. Si fuéramos embajadores por nosotros mismos, hablaríamos lo que quisieramos. Pero “somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros”. ¡Que peso! ¡Como embajadores, tenemos que hablar como si Dios mismo estuviera hablando! Si somos honestos, 99% del tiempo, no lo hacemos.

Ahora, ¿te acuerdas como hablabamos de comportarnos como hijos del Rey? Lo mismo aplica aquí, como embajador. No dices y haces lo que quieres, sino lo que tu Rey quiere y lo que honra a tu Rey.

Regresando a mi historia del principio, mi actitud al no querer hablar con este señor, no era actitud de hija del Rey, ni de embajador.. Algo que me impresiona de los embajadores es que trataran con debido respeto al embajador de otro país, aunque estén en conflicto sus países, pero por ser embajadores, hablan con respeto. Dondequiera que se encuentran, se portan como es digno de su posición. Y si estos, que no son creyentes, ni hijos del Rey de reyes, pueden portarse de esta manera, nos debe poner en vergüenza a nosotros que dejamos intervenir nuestra carne, cuando deberíamos andar como es digno de la vocación que Dios nos ha dado.

Somos ministros de la reconciliación, y como tales tenemos que poner a un lado la carne al hablar (ya sea con creyentes, no-creyentes o creyentes desviados—como fue mi caso). No te digo que les tienes que siempre agradar—solo digo que debemos portarnos con la gracia que es debido a la posición que Dios nos ha dado, buscando agradarle como sus ministros de reconciliación y embajadores.

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